sábado, 28 de julio de 2012

De nabos y otras mieles: Leonhard von Keutschach, príncipe-arzobispo de Salzburgo

Querido lector: sé bien que el titular de la entrada de hoy es la mar de gráfico, pero habrás de disculparme si te digo que la tentación me ha resultado irresistible. Y es que el inefable nabo ocupa un lugar de honor en el texto que sigue. 

Así, cual literato de época cervantina necesitado de cuartos, apelo a tu benevolencia y me encomiendo a tu liberalidad. 

Comencemos esta entrada de hoy con una pequeña anécdota sobre Leonhard von Keutschach (1442-1519), príncipe-arzobispo de Salzburgo desde 1495 y hombre a una nariz pegado, a juzgar por el siguiente retrato:


Desconfianzas hacia un báculo, I
Existe un suceso bien jugoso, como digo, si bien difícil de verificar, relacionado con este personaje. Se decía que el joven Leonardito solía despilfarrar grandes cantidades de dinero para mayor disgusto de su tío. Tal es así que éste, en un momento de hartazgo sumo, lanzó con certera puntería un nabo a la testa o a la faz de su sobrino, esperando así hacerle entrar en razón. 

No sé qué tal le sentaría a un ni-ni del tercer milenio que le tiraran un nabo a la cara, pero se ve que hace quinientos y pico años estas cosas funcionaban:  Leonhard volvió a la senda de la mesura y corrección, y además, haciendo gala de un saludable sentido del humor, hizo del nabo su símbolo heráldico, hasta el punto de ser apodado der Rübler, "el nabero". 

Coincido en que es un mote con clase donde los haya. 

En fin, aun hoy en la imponente fortaleza de Hohensalzburg, construida y ampliada por una larga serie de príncipes-arzobispos entre los siglos XI y XIX, podemos encontrarnos con hasta cincuenta y ocho nabos, correspondientes a la propia aportación de nuestro horticultor prelado al conjunto. 

Sin embargo, la relación entre los nabos y la heráldica es larga y próspera al norte de los Pirineos. Encaminémonos hacia Bélgica, tierra de buenos pintores, conflictos idiomáticos, patatas fritas, Jacques Brel... y nabos, claro.

La leyenda del nabo de Waasland*

Parece que un buen día nuestro Carlos V visitó, en calidad de emperador, la ciudad de Sint Niklaas, en Waasland (Flandes, hoy Bélgica). 

La población acudió en masa a recibirle. Entre ellos se hallaba un pequeño granjero que traía consigo un nabo de enorme tamaño (sic) con la esperanza de regalárselo al monarca. Los guardias le bloquearon el paso. Pero el emperador reparó en la escena, y se aproximó al campesino para preguntarle qué deseaba. Éste le respondió que era portador de un 'fruto gigante', y le expresó su deseo de entregárselo. Carlos V, complacido, aceptó el original regalo y recompensó al hombrecillo con una bolsa llena de monedas. 
Escudo de Sint-Niklaas, o San Nicolás de Flandes.
Mono, ¿verdad?

Enterado del suceso, un criador de caballos pensó en qué no podría conseguir si le regalaba al emperador Carlos uno de los más hermosos jacos que poseía. Sin embargo, llegado el momento, el monarca contestó que respondería al presente recibido con una de sus más preciosas posesiones. ¿Adivinan de qué se trata? 

En fin: avergonzado, el criador de caballos tuvo que aceptar el insigne nabo como recompensa, el cual se convirtió entonces en el símbolo de la fértil región de Waasland. Y como tal aparece en las banderas de varias localidades de la región.


Hasta aquí el final de esta breve entrada sobre heráldica singular y rijosa. Gracias por su atención y dos recomendaciones finales: sean buenos con su tío y eviten las dádivas por interés por interés. Se ahorrarán así el impacto de una hortaliza en lo más profundo de su alma.


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* Esta historia está tomada de http://flagspot.net/flags/be-waas.html. 

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